El Clásico de Castilla es algo más que un partido. Más allá de que sea uno de los enfrentamientos de rivalidad más repetidos de la historia de España – el séptimo, con 112 partidos disputados –  es una pugna entre dos ciudades rivales – Segovia y Ávila – que, por su cercanía y objetivos comunes compiten desde hace décadas por atraer turistas, infraestructuras e inversiones. Malaquías del Pozo, jugador de la Gimnástica en los años 60 y 70, incide en esta circunstancia: «La rivalidad sana genera competencia. Ávila y Segovia compiten por ser mejor en patrimonio, turismo, servicios, cultura y también el deporte. Somos ciudades próximas y muy parecidas», resume.  Por suerte, y salvo en contadas excepciones, los partidos entre la Gimnástica Segoviana y el Real Ávila no pasan de ser, como mucho, algo broncos. Hay ejemplos de altercados en el campo y fuera de él – originados por los aficionados de ambos bandos –  e incluso han terminado jugadores en dependencias policiales después de un partido, pero la realidad es que fuera del terreno de juego – Chamberí, San Antonio, El Peñascal, Adolfo Suárez o La Albuera –  los jugadores de ambos clubes han demostrado casi siempre una camaradería  singular, que demuestra que lo que pasa en el campo se queda allí, y no va más allá.

El año 1935 marca el punto de partida de una rivalidad ancestral entre dos ciudades. La historia de la Gimnástica no hubiera sido igual sin el Ávila FC primero y Real Ávila después. Aunque el primer partido entre segovianos y abulenses  data del año 1934 y se salda con empate (3-3), el primer envite en Segovia resulta significativo de lo que es algo más que un partido de fútbol incluso para los medios de comunicación.  La crónica de Losada para El Adelantado de Segovia de una victoria (4-0) de los locales sobre sus vecinos más próximos no tiene desperdicio. el informador califica el partido de los gimnásticos como de «poco brillante» y cataloga a los visitantes como un «medianísimo equipo». También se atreve Losada a ofrecer curiosas recetas para mejorar a los rivales: «primero, quitarle diez kilos de grasa a cada jugador; y, segundo, sustituirlos después por otros (jugadores) mejores». El único que sale ileso de la crónica de Losada del 29 de abril de 1935 es, curiosamente, el colegiado Sr. Oliván.

Desde entonces y hasta ahora docenas de anécdotas podrían ser contadas por sus protagonistas – otras nunca se harán públicas – pero lo cierto es que todo aquel jugador o entrenador que ha tenido la oportunidad de vivirlo nunca lo olvida. Jesús Bellota, mítico portero de la Gimnástica Segoviana en los años 70 y posteriormente entrenador apunta matices desde ambas perspectivas: «Como jugador deseaba realizar un gran partido ganar para que los aficionados estuvieran felices, y como entrenador mi objetivo era que el equipo fuera lo más competitivo posible y jugara mejor que el rival», explica. José Vicente Cuéllar, delantero coetáneo de Bellota recuerda los partidos ante el enemigo encarnado como «una defensa de la propia ciudad ante el rival». «Los años pasaban y los equipos prácticamente eran los mismos, no como ahora. Siempre quedaban cuentas pendientes de una temporada para la siguiente», evoca Cuéllar.

Otro portero gimnástico, Chema Esteban, recuerda que ya en los noventa el Clásico era «El partido del año, porque la gente no solo venía al fútbol a ver a su equipo sino que esperaba que ganáramos al rival de toda la vida», cuenta. Esteban, que en uno de los clásicos a las órdenes de Fernando Sierra está a punto de debutar como jugador de campo ante la falta de efectivos,  recuerda que jugar contra el Ávila «siempre era algo más que un partido, por tradición, por medirte a un rival siempre fuerte y a buenos jugadores», rememora. Nacho Valle, talentoso centrocampista de la Gimnástica en varias etapas de su carrera descubrió una rivalidad que en un principio no entendía muy bien: «Me resultaba extraño que la rivalidad fuera con Ávila y no con otra provincia», cuenta. «Cuando vi que en en la grada era tan importante lo que pasaba en el campo como que una ciudad tuviera Carrefour y la otra no, descubrí que se trataba de mucho más que fútbol, porque trascendía a lo económico y lo social», apostilla.  Andrés Peiro, entrenador gimnástico del primer título liguero de Tercera en la historia del club recuerda que para los clásicos «la clasificación se apartaba a un segundo plano. Si estabas por encima y perdías podías entrar en un estado de dudas y si estabas por debajo y ganabas podía suponer un punto de inflexión y quitarte un gran peso de encima».

Si hay un jugador que puede tomarse como referencia absoluta al hablar de los clásicos de Castilla, ese es Ramsés Gil. Legendario capitán de la Gimnástica durante más de una década tiene una visión más pasional del partido ante los abulenses: «El que se tome este partido como uno más, y que se trata de tres puntos tan solo, lo perderá fijo. No es un partido más, es EL PARTIDO. Precioso de jugar y de preparar», apunta Ramsés. Su compañero durante muchas temporadas, Javier Martín «Morín» recuerda de esos enfrentamientos «las ganas y la motivación por vencer, que eran más que suficientes como para afrontar ese día. Son partidos de más de tres puntos para ambos equipos», destaca Morín.

Asier Arranz, uno de los jugadores más apreciados por la afición gimnástica en la última década,  aporta una visión menos romántica del enfrentamiento, quizá acorde con los nuevos tiempos y la sensación de que en Segovia el Clásico se vive con menos intensidad que en Ávila: «Era un partido que había que ganar, pero como todos los demás. Los objetivos del vestuario de la Gimnástica se fijaban para los meses de mayo – junio». «En cualquier caso sí que hay que reconocer que es un partido especial por todo lo que le rodea tanto en la previa como después», puntualiza Asier Arranz.
Los «traidores»

Cuando la rivalidad es tan grande, el trasvase de jugadores entre los equipos se ve muchas veces como una traición entre los aficionados. Casos hay en ambas direcciones. El abulense Javier González, lateral gimnástico durante buena parte de la primera década del siglo XXI, reconoce vivir «con mucha más pasión» el partido del lado azulgrana que cuando jugaba como encarnado. «Me sentía más segoviano que abulense así que tenía esa sensación siempre de revancha mucho más allá de los tres puntos. Ganar era una satisfacción personal y grupal distinta a cualquier otro partido», reconoce.  José Luis Robles Anel o Jose María González Chema son dos de los jugadores más importantes de la historia reciente de la Gimnástica y ambos, como abulenses han «sufrido» las consecuencias de militar en el eterno rival. «Es un día diferente , de los que te hacen creer que eres un jugador de Primera División. Daba igual cómo llegáramos los dos equipos, el partido siempre es súper intenso física y emocionalmente», recuerda Chema.

Del otro lado, jugadores trascendentes de la historia gimnástica como Paco Maroto, David Durán o Pascual, decidieron en su momento jugar para el Ávila con lo que todo ello representa. El último en hacer ese espinoso camino entre ciudades es Domingo, actual jugador del Real Ávila.

Foto: Uno de los primeros clásicos en La Albuera. Con Valeriano como capitán gimnástico y Ortega por los encarnados./Gimnástica Segoviana